Tuesday, December 10, 2024
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Argentina: Xenophobia and urban land takeovers

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Xenophobia and the urban land takeovers

Writing for the Argnetine newspaper, La Nación , Gustavo Barco and Gastón Cavanagh examine the xenophobic consequences of the December 2010 takeover of land in Buenos Aires.

The land takeovers involved some 13 000 individuals, many of whom were of Bolivian and Paraguayan origin. These takeovers emerged out of a frustration at the impossibility of finding affordable housing within the Buenos Aires urban area. Over the last decade the population living in villas (Argentina’s equivalent of favelas or shanty towns) has increased by 50% compared to a 4% increase in the overall Buenos Aires population. These villas are characterised by overcrowding, rapidly rising rents, and substandard housing.

There are concerns that the rhetoric and response of the media and public figures to the takeovers has heightened the already latent xenophobia felt towards poor, immigrant communities in Buenos Aires. The article tells the stories of a number of immigrants who have experienced overt resentment and racism since the takeovers. One story involves a pregnant Bolivian woman with a baby being forced to get off a bus to shouts of ‘Get back to Bolivia’ and applause from other passengers.

Full article reproduced below. 

 

Las grietas abiertas en el Indoamericano

altDos meses después de los episodios de violencia y represión que convirtieron en tragedia la toma del parque de Villa Lugano persisten las secuelas de aquellas jornadas de furia: distintos referentes de las comunidades boliviana y paraguaya coinciden en que ahora son más frecuentes las expresiones de racismo, denuncian agresiones físicas y verbales, y hablan de una xenofobia más explícita que nunca

Por Gustavo Barco y Gastón Cavanagh 

.Los niños sonríen y los más grandes miran con desconfianza, en la villa 20 de Lugano, a quienes preguntan por Bernardo Salgueiro, el ciudadano paraguayo que fue uno de los tres muertos que dejó la represión por la usurpación del parque Indoamericano, hace ahora dos meses, cuando se extinguía 2010. Lo mismo ocurre cuando Sandro Aguilar sale de la villa Cildañes y llega hasta la esquina de Eva Perón y Escalada; él es uno de los que estaban junto a Juan Quispe, el ciudadano boliviano que murió en una de las revueltas más furiosas de esos días de caos e indecisión política en lo más alto de los gobiernos porteño y nacional.

A Sandro mucho no le importa eso, y no sabe si alguna vez se esclarecerán los hechos violentos, ni la muerte de su compatriota Rosmary Puña, de 28 años; sí sabe que vio a su amigo caer mientras avanzaban efectivos de la Policía Federal, la Metropolitana y una patota por detrás de ellos. Sabe que aquella furia sólo les dio tiempo a correr por sus vidas y que Quispe no lo logró. “¡Bum!”, escuchó, y volteó y lo vio en el piso, con los ojos intentando adivinar qué le estaba viboreando en el cuerpo. Pocas cosas le importan a Sandro, sólo tiene grabado a su amigo intentando con todas sus fuerzas levantarse y patalear para escapar, y que no pudo volver por él.

Tampoco le importan mucho las agresiones que sufrieron personas de las colectividades paraguaya y boliviana después de los hechos del parque. Dos colectividades que se han caracterizado por pasar casi inadvertidas para los medios nacionales, salvo en los casos en que se ha señalado a la inmigración de países vecinos como el nido de males de la coyuntura argentina que el poder político no pudo solucionar, como el desempleo y la inseguridad.

Algo parece haber cambiado sin embargo para estas colectividades. Hay grietas que se abrieron durante los hechos trágicos de diciembre y que permanecen abiertas.

Una de los que creen que la toma del parque marcó un antes y un después en el imaginario social es Norma Andia, presidenta del Club 6 de agosto, de Soldati, una ciudadana boliviana con más de 30 años en la Argentina. Está segura de que hubo un ensañamiento y persecución de los medios nacionales con los bolivianos, y sostiene que las declaraciones de Macri contribuyeron a la bronca generalizada que ahora percibe contra sus compatriotas. Para dar cuenta de lo pesado de la zona en la que ella le da de comer a 350 personas todos los días, dice que carga una 22. No aclara si la lleva en la cintura o la guarda debajo de la almohada, pero dice que tiró más de 100 veces, siempre al aire, para ahuyentar a los “malos espíritus” y a los rastreros del lugar.

Norma le cuenta a LA NACION que después de la toma del parque la xenofobia tenue que se percibía hacia sus conciudadanos pasó a ser ahora más explícita que nunca. “Han hecho bajar de un colectivo de la línea 50 a una mujer boliviana embarazada y con una criatura, mientras el resto de la gente aplaudía. ´Andate a tu país, boliviana okupa´, le gritaban: hay un antes y después del Indoamericano para nosotros, quedó afectada la comunidad boliviana íntegra por algunas personas que participaron en la toma. A esa joven boliviana le decían ´Dale, bajáte boliviana de mierda´. Es algo muy feo. Además, las líneas de colectivos pasan de largo cuando ven gente de la comunidad en las paradas, nos chistan, ´Vayansé a su país, usurpadores´”.

Hay una mezcla se sensaciones, en realidad, porque las grietas del Indoamericano corren en más de un sentido. Los protagonistas de aquellos días de violencia, los testigos y las fuentes consultadas revuelven palabras de autocrítica e impotencia, de orgullo, bronca y desazón. Unos hablan de arrepentimiento y otros de divisiones en las mismas comunidades. Todos coinciden en que durante y después de la toma del terreno algo se resquebrajó en la relación entre los vecinos de las comunidades boliviana y paraguaya que viven en sur de la capital y los vecinos locales, y coinciden también en que se hubiera podido elegir otro método de protesta para no llegar a las lunas de miedo, tiros, palos, gritos, gases, corridas y muertes. Pero, ¿cuál?

“Si caceroleábamos un ratito y nos volvíamos cada uno a su casa, no hubiéramos generado lo que pasó. Por unos días el país se enteró y pudo ver los problemas de vivienda que hay en el sur de la Capital Federal”, dice Alejandro “Pitu” Salvatierra, puntero kirchnerista de “Ciudad Oculta”, o Villa 15. Salvatierra fue la cara argentina de la toma que empezó con un puñado de familias y que terminó con más de 13.000 almas, que llegaron de toda la capital y el conurbano, rogando por un pedazo de tierra.

Anuncios de campaña

Este año se manejarán datos definitivos del último Censo Nacional de Población y Vivienda 2010 , pero sin duda ya deben estar en carpeta de los candidatos a la jefatura porteña algunos datos preliminares: mientras el número total de habitantes de la Ciudad de Buenos Aires creció un 4,1 por ciento respecto del Censo de 2001, la población en las villas aumentó un 50 por ciento en esos mismos nueve años. Trepó de 107 mil habitantes entonces a unos 160 mil en la actualidad.

Días atrás, el ministro de economía y precandidato a jefe de Gobierno porteño, Amado Boudou, presentó un proyecto oficial para la construcción de 17.771 viviendas en la Ciudad, con una inversión de más de 3000 millones de pesos en dos años. La idea de avanzar en un plan conjunto entre los gobiernos nacional y porteño parece haber caído en el olvido en el fragor de la campaña, pero igualmente la problemática que desnudó la toma del parque Indoamericano parece haberse hecho un lugar en la agenda pública. Y posiblemente se convertirá en uno de los temas centrales del debate político de cara a la elecciones porteñas.

Anuncios como el de Boudou deberían llevar algo de alegría a alguien como Wilson Fernández, albañil paraguayo de 21 años, cuñado del paraguayo muerto en los días de conflicto territorial de diciembre pasado. Pero todo eso no le importa mucho ya, y tampoco los cuchicheos de los vecinos. Está preocupado por la bala que descansa a milímetros de la zona ósea de su hombro izquierdo y que no lo deja hacer fuerza para trabajar ni le da respiro a la hora de dormir.

El 7 de diciembre último, Wilson miraba un partido en una de las improvisadas canchas de la zona baja de la villa 20, a metros de las escalinatas que comunican con la avenida Escalada, cuando vio la gente que llegaba corriendo, los gases, y sintió un fuerte ardor en el hombro, que se repitió en la sien y la oreja derecha. Dice que la policía federal y la metropolitana tiraban parapetados detrás del altar que los vecinos le construyeron a la Virgen de Caacupé; que cuando se quedaron sin balas tiraban hasta con piedras los hijos de su madre.

Un día antes, su hermano mayor, Líder Fernández, 24 años, un paraguayo como él que había llegado a villa 20 en 2005, había cruzado la avenida para demarcar un terreno de 15 x 25 metros. Quería salir del hacinamiento de la casa en que convive con sus hermanas y sobrinos. Pero esa decisión marcó para siempre a su familia, y la muerte de Bernardo llenó a Líder de una culpa inmensa, que intenta mitigar en la soledad de cigarrillos interminables.

“Es algo de lo que mi hermano no quiere hablar, se queda callado”, dice Wilson, parco y tímido, aunque todo eso lo pierde cuando cuenta lo que le ocurrió días atrás: “Estaba en Escalada y Cruz, aquí cerca de la villa. Estaba anocheciendo y dos autos Renault plateados me preguntaron por la zona de Liniers. Les indiqué y me quisieron subir al auto, me iban a agarrar pero salí corriendo”. Su temor no es sólo paranoia, la bala que tiene en el hombro puede haberle llegado desde un arma reglamentaria de la federal y cuando se la saquen se podrá determinar el calibre y, tal vez, si con esa misma arma mataron a Bernardo. Su caso está judicializado en la fiscalía 24, a cargo de Sandro Abraldes.

“Las declaraciones del Jefe de Gobierno porteño fueron poco felices, tratar a los inmigrantes de narcotraficantes y delincuentes, eso no ayuda. Yo estuve en el parque y mis compatriotas me contaban que fueron llevados con falsas promesas, que les iban a dar un terreno ahí o en otro lugar. Las relaciones entre la sociedad y los paraguayos que viven en la Argentina seguirán como siempre, somos gente de trabajo que viene a aportar cosas positivas a este país, muy a pesar de los sectores que piensan que somos un elemento negativo para la sociedad”, dijo a LA NACION el embajador de Paraguay en la Argentina, Gabriel Enciso López, quien dijo desconocer el caso de Wilson.

Su par boliviana, la embajadora María Leonor Araujo, también condenó esas declaraciones de Macri y, por otro lado, subrayó que si bien están atentos a “las preocupantes señales de xenofobia y discriminación que se están dando” para con sus compatriotas, esto no afecta a las relaciones entre la Argentina y Bolivia en ninguna instancia.

“No voy a responder a eso”, aclara Araujo cuando se le pregunta por la sensación de soledad e indiferencia que dijeron sentir, por parte de las autoridades diplomáticas, muchos ciudadanos bolivianos presentes en la toma y otros que siguieron las alternativas fuera del parque.

“En los medios, los vecinos no paraban de repetir que ´eran todos extranjeros´ y que habían perdido ´su´ barrio, diferenciando así a sus abuelos europeos en una auténtica gala de desconocimiento, ya que, en su momento, españoles e italianos también fueron culpabilizados de los males de la ciudad. Todo esto muestra una cara de la Argentina, y especialmente de Buenos Aires, que parecía superada: la de la xenofobia y el racismo”, sostuvo la antropóloga Natalia Gavazzo, una becaria del Conicet que investiga desde hace más de una década la migración desde Bolivia y Paraguay a la ciudad de Buenos Aires. Se estima que hay más de un millón y medio de ciudadanos bolivianos y cerca de un millón de paraguayos que residen en forma legal en la Argentina.

Broncas en las comunidades

Orlando Angulo, periodista y locutor de radio Urkupiña, de la colectividad boliviana, recogió impresiones muy parecidas de sus oyentes. “Llamaban indignados por la xenofobia y también estaban embroncados con esos paisanos que estaban ocupando el predio. Se la pasaban remarcando que los bolivianos no somos delincuentes ni okupas, y que estaban muy dolidos por las muertes innecesarias. Yo creo que lo que todo esto evidenció es que nuestra comunidad está muy sola.”

A su vez, el periodista paraguayo Andrés Herebia, del diario Paraguay Mi País , consideró que la mayoría de sus coterráneos no estuvo ni está de acuerdo con las tomas de tierras, y sostuvo que los paraguayos, en general, sienten mucho respeto por país que los cobija. “Claro que existen algunos pocos activistas que, manipulados por los punteros, se prestan a este tipo de conductas para sacar beneficios personales.”

“Aquí todos quedaron muy molestos con los que fueron a la toma, porque había gente que, está bien, tenía necesidades, pero había muchos otros que ya tenían sus casas y sus alquileres e igual estaban ahí. Por unos caraduras, quedamos mal todos los paraguayos”, dice “Yiyi”, un referente de la colectividad paraguaya en la villa 20.

Yiyi era uno de los miles que, cada fin de semana, se prendía en los campeonatos de las colectividades paraguaya y boliviana, campeonatos en los que -se sabe- corrían apuestas fuertes y que eran un gran negocio para los organizadores, gente que según denunciaron los vecinos de la zona se “apropiaba” de las canchas públicas para realizar allí sus torneos. Además, en el Indoamericano funcionaba una feria, y era punto de encuentro cultural de la colectividad boliviana. Allí, por ejemplo, se festejaba el “Día del Ekeko”, dios de la abundancia y la fertilidad.

“La toma fue algo que causó mucho daño en la comunidad boliviana. Mis compatriotas vienen a trabajar dignamente. Evo Morales salió después a ofrecer tierras, pero se olvida de que la gente viene a la Argentina porque en Bolivia estamos peor”, agrega Sandro Aguilar, amigo y testigo del asesinato de Juan Quispe.

Sandro llegó al país a los 11 años, tiene 4 hijos argentinos y dice que de chico dormía arriba de los árboles, en Córdoba. Parece desinflarse cuando cuenta los momentos previos a la toma, cuando pusieron en marcha ese plan que salió tan mal y que terminó con su amigo desangrándose en la parcela de 3 x7 metros que se habían apropiado. “No sabía si ir o no y me animé a ir el sábado a la madrugada y agarramos un pedazo de terreno fuera del parque, justo enfrente. Estábamos contentos. Nuestro objetivo era tratar de ver si nos dejaban entrar en un plan de viviendas o que nos dieran un terreno a pagar”, relata Sandro, y mira para allá, hacia el nuevo verde del parque que ahora sólo le trae malos recuerdos.

“Yo no estaba ni estoy de acuerdo con la toma, hay otras formas. Yo le pedía a nuestros hermanos, en castellano, en quechua y en aymará, para que no vayan a la toma, para que no se dejen usar como carnada política”, afirma Norma Andia, del Club 6 de Agosto. Cuenta que también armó pancartas y que se fue con un grupo de radios comunitarias a pedirle a sus compatriotas que abandonaran el predio tomado. Pero que una vez allá se encontró con la histeria de los vecinos contra cualquier piel amarronada y que los corrieron a palos al grito de “vayansé bolivianos de mierda”.

Quién sabe, si hubiera escuchado esas súplicas de Norma a través de los micrófonos de la FM 91,7, de la colectividad boliviana, tal vez Sandro lo hubiera pensado de nuevo.

Pero no fue así, Sandro estaba en otra sintonía.

© LA NACION

“Se están dando señales preocupantes” 

Según la embajadora de Bolivia en la Argentina, son “preocupantes las señales de xenofobia y discriminación que se están dando” en la Argentina y aseguró que la delegación diplomática está atenta a este tipo de manifestaciones, aunque consideró que, en el plano diplomático, las relaciones entre la Argentina y Bolivia no se verán afectadas en ninguna instancia.

“No somos un elemento negativo” 

El representante diplomático de Paraguay condenó las expresiones discriminatorias, afirmó que muchos paraguayos fueron llevados al Indoamericano “con falsas promesas, de que les iban a dar un terreno ahí o en otro lugar”, y aseguró que la inmigración de su país viene a aportar cosas positivas, “muy a pesar de los sectores que piensan que somos un elemento negativo para la sociedad”.

“Buscábamos entrar en un plan de viviendas” 

“No sabía si ir o no y me animé a ir el sábado a la madrugada y agarramos un pedazo de terreno fuera del parque, justo enfrente. Estábamos contentos. Nuestro objetivo era tratar de ver si nos dejaban entrar en un plan de viviendas o que nos dieran un terreno a pagar”, afirma Aguilar. Llegó al país a los 11 años y tiene cuatro hijos nacidos en la Argentina. Durante la toma del Indoamericano vio morir asesinado a su amigo Juan Quispe.

Mi hermano no quiere hablar, se queda callado” 

Amigo de Bernardo Salgueiro, uno de los tres muertos que dejó la violencia desatada en el parque de Villa Soldati, Líder participó de la ocupación y llegó a demarcar un terreno de 15 X 25 metros porque quería un terreno para salir del hacinamiento en el que vive con su familia. Ahora, sin embargo, prefiere no hablar de aquellos días. Su hermano Wilson afirma que Líder no quiere hablar de aquellos días y que siente culpa por lo ocurrido.

 

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