Colombia: anger at expulsion of senator
On 27 September, Colombia’s inspector general, General Alejandro Ordonez, who has the constitutional power to dismiss any member of Congress, expelled Senator Piedad Cordoba, on the grounds that she had “overstepped her government-authorized role” in her relations with the FARC guerrillas. There has been no independent enquiry into his allegations nor has evidence been produced to support them.
LAB publishes a news report by Associated Press and a hard-hitting editorial on the issue (in Spanish) published by the Mexican newspaper, La Jornada.
Colombian Sen. Cordoba kicked out of Congress
By FRANK BAJAK (AP) – Sep 27, 2010
BOGOTA, Colombia — Colombia’s inspector general ousted an outspoken opposition senator Monday, barring her from public service for 18 years for allegedly “promoting and collaborating” with Latin America’s last remaining rebel army. Sen. Piedad Cordoba gained international notice by brokering the release of more than a dozen hostages held by the Revolutionary Armed Forces of Colombia, or FARC.
A flamboyant Afro-Colombian known for her trademark turban, Cordoba has been a polarizing force in domestic politics and is a close ally of Venezuela’s leftist president, Hugo Chavez. Cordoba, 55, has not been charged with any crime. But Inspector General Alejandro Ordonez is constitutionally empowered to dismiss her — and any other member of Congress — by virtue of his jurisdiction over nearly all public servants save the president and top judges.
Cordoba, who has been in the Senate since 1994 and last year was mentioned as a possible Nobel Peace Price candidate, did not answer telephone messages left by The Associated Press. But in a Twitter message, Cordoba said the inspector general’s “disciplinary investigation has no legal merit whatsoever and less moral and ethical value.” She thanked supporters for “the innumerable expressions of affection” and said she was meeting with her lawyers. “We continue forward,” she added.
Her attorney, Ciro Quiroz, said he would immediately challenge Ordonez’s ruling but acknowledged he lacks the option of appealing to a higher authority. Cordoba could, as an option, sue Ordonez before the Constitutional Court.
Leftist Rep. Ivan Cepeda, a close friend of Cordoba, called the decision unjust and said Ordonez has long “demonstrated public hostility to Cordoba’s work.” Venezuela’s president said he was “absolutely certain” of Cordoba’s innocence, calling her “a courageous woman in every sense of the word.”
Cordoba’s firing comes less than a week after the FARC’s military mastermind and No. 2 leader, Jorge Briceno, was killed in a bombing raid in the country’s south. President Juan Manuel Santos on Sunday called the death “the beginning of the end” of the badly battered insurgency.
In an interview published Monday by El Tiempo, Colombia’s national police chief, Gen. Oscar Naranjo, said four FARC turncoats would share more than $2.5 million in reward money for betraying Briceno.
The armed forces chief, Adm. Edgar Cely, told the AP in an interview later Monday that a single FARC informant had provided the GPS coordinates for the concrete bunker where Briceno and his female companion died at 2 a.m. Sept. 22 in a shower of GPS-guided bombs.
Cely dismissed as absurd the reports by several Colombian news organizations that Briceno had been covertly supplied with boots embedded with a GPS transmitter.
Ordonez said in a statement posted on his office’s website that he dismissed Cordoba based on electronic documents found in computers belonging to Raul Reyes, the FARC “foreign minister” killed in a March 2008 raid by the military on a rebel camp across the border in Ecuador. The documents showed that Cordoba, who was identified with the aliases including “Teodora de Bolivar” and “la Negra,” had “overstepped her government-authorized role” to facilitate hostage releases, Ordonez’s statement said.
It said that behavior included advising the FARC on releasing proof-of-life messages from hostages “with the goal of favoring other governments” — presumably a reference to neighboring Venezuela and Ecuador. Cordoba also made public declarations “that favored the interests of the subversive group,” the statement said. In public appearances, she has often endorsed the FARC’s stated goals of a Colombia where wealth is more equally distributed. Cordoba worked closely with Chavez — an action authorized in late 2007 by then-President Alvaro Uribe — to broker unilateral hostage releases that the rebels ended in early 2009.
The FARC, whose fighters come mostly from the ranks of poor, marginalized peasants, has been fighting to topple Colombian governments since 1964. It is classified by the U.S. government as a foreign terrorist organization, but most Latin American nations refuse to so designate it.
Associated Press writers Libardo Cardona and Cesar Garcia contributed to this report.
EDITORIAL in La Jornada
Colombia: síntomas de exterminio
Nadie dudaba que el gobierno que encabeza Juan Manuel Santos habría de ser más violento que el de su antecesor, Álvaro Uribe Vélez, ni había indicios para esperar que moderara las tendencias represivas y autoritarias que caracterizaron a Uribe como mandatario. Así lo hacían prever los antecedentes de Santos como autor, en tanto titular del Ministerio de Defensa, de una política de aplastamiento militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y de descalificación de cualquier solución negociada posible. Tal política impulsó la comisión de múltiples violaciones a los derechos humanos en Colombia e incluso atropellos internacionales, como el bombardeo de un refugio de guerrilleros de ese país en territorio ecuatoriano, en el que murieron, además del líder insurgente Raúl Reyes y varios combatientes, cuatro estudiantes mexicanos. Tampoco hay motivos para la sorpresa en acciones tan desproporcionadas como el bombardeo del campamento de La Macarena, en el que se dio muerte al dirigente rebelde Víctor Julio Suárez Rojas Mono Jojoy, y a una veintena de guerrilleros más: 30 cazabombarderos y 27 helicópteros de combate, además de 400 efectivos, fueron usados para atacar el área de 300 metros cuadrados en la que se atrincheraban dos decenas de insurgentes.
Más allá del juicio que merezcan semejantes estrategias contrainsurgentes de tierra arrasada, la destitución e inhabilitación de la senadora Piedad Córdoba –decretadas ayer por la Procuraduría General de la Nación– es una grave afectación a la institucionalidad democrática, toda vez que constituye una medida de criminalización de la acción política legal. Cabe recordar que la legisladora posee una larga e intachable carrera legislativa de más de tres lustros, que ha sido promotora de causas sociales como la defensa de minorías, la tutela de la maternidad y la solución pacífica del conflicto armado que padece su país. Su honestidad y su dedicación le han acarreado toda suerte de ataques, desde un secuestro por las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) hasta acusaciones de “traición a la patria” por parte de Uribe, pasando por dos atentados criminales y una maniobra fraudulenta para despojarla de su escaño. Nominada al Premio Nobel de la Paz, Córdoba se involucró en la gestión humanitaria para conseguir la liberación de rehenes en poder de las FARC y fue nombrada facilitadora de un acuerdo en ese sentido por el propio Uribe, en 2007. Pocos meses después, el ex presidente le retiró el aval, al acusarla de “legitimar el terrorismo” junto con el presidente venezolano, Hugo Chávez, quien también fungía como mediador.
La ofensiva judicial emprendida ayer por el gobierno de Santos contra la senadora, justificada con un argumento tan absurdo como que mantuvo contactos con las FARC –evidentemente tenía que mantenerlos, en su condición de mediadora–, no sólo es un atropello político y jurídico, sino parece prefigurar los preparativos de un exterminio de los miles de efectivos que aún le quedan a esa organización guerrillera: sólo así parece explicarse que el régimen haya decidido destruir el principal puente y prácticamente el único canal de comunicación entre la clase política formal y el grupo rebelde.
En ausencia de voluntad oficial para emprender una negociación de paz, el asesinato sistemático de los insurgentes parece ser, en efecto, la única perspectiva de Santos. Las FARC podrán estar severamente golpeadas en el terreno militar y sumamente debilitadas en el político luego de décadas de una campaña sistemática de demonización de los guerrilleros, a quienes se ha presentado como criminales sin escrúpulos y encarnaciones de la maldad, enfoque que ignora, por cierto, las causas sociales profundas –desigualdad, miseria, marginación– que han alimentado a la organización armada durante medio siglo. Pero, en un entorno dominado por los paramilitares –cuya disolución ha sido básicamente nominal–, cualquier rendición sería seguida por la ejecución de su protagonista. En tal circunstancia, los combatientes de las FARC tienen un motivo simple para seguir alzados en armas: la supervivencia. A la larga, el grupo insurgente podrá ser desmantelado en sus núcleos principales, pero si persiste en la lógica del exterminio, el gobierno colombiano –el actual o sus sucesores– no podrá evitar la conversión de los guerrilleros sobrevivientes al bandolerismo y a una delincuencia común incontrolable.
Para cerrar el paso a esta perspectiva ominosa, los sectores lúcidos de la sociedad colombiana deben presionar a Santos y a su gobierno para que se abran a una alternativa de pacificación real.