Este artículo salió publicado en The Conversation. La versión original se lee here. Posteriormente fue publicado en Inglés por LAB aqui. La traducción fue revisada por LAB por Ana Reyes-Hurt.
El «tío COVID», un hombre que sobrevivió tras ser enterrado en un cementerio colectivo secreto de Iquitos se ha convertido en un símbolo macabro del desastre en que se vio sumida la ciudad de Iquitos, en la Amazonía peruana, donde el 70% de los habitantes habían sido infectados por el COVID-19 en julio de 2020. Un sistema sanitario decrépito, una aguda falta de oxígeno médico, la pobreza, la corrupción de las élites locales y el poder de las bandas criminales conspiraron para agravar esta catástrofe.
Juan Pablo Vaquero fue declarado muerto en la ciudad de la amazonía peruana de Iquitos durante la primera ola de COVID-19 en abril de 2020. A su hermana no se le permitió ver su cuerpo. Tres días después, apareció en su casa, supuestamente luego de haber despertado entre un montón de cadáveres en la selva.
Tío Covid, como llegó a ser conocido Vaquero, se convirtió en una sensación en los medios locales . Su historia fue descartada como un mito urbano por las élites políticas y profesionales de la ciudad. Pero tocó la fibra sensible de la empobrecida mayoría atrapada en una crisis sin precedentes.
Tal como muestro en mi nueva investigación sobre la pandemia en Iquitos, la primera ola golpeó duramente a la ciudad. Alrededor del 70% de sus habitantes ya habían sido infectados en julio de 2020. La región de Loreto, cuya capital es Iquitos, tuvo la tasa de mortalidad más alta de Perú, que a su vez tuvo la tasa de mortalidad más alta del mundo .
Había estado en Iquitos justo antes de la pandemia, investigando los desafíos sociales y ambientales de esta remota ciudad en la selva, la más grande del mundo y a la que no se puede llegar por carretera. Cuando volví allí en 2022, el Tío Covid seguía apareciendo en mis conversaciones. Al principio fui escéptico, pero mientras más fui aprendiendo, más plausible empezó a volverse su historia.
Capitalismo caníbal

La pobreza fue en gran medida la responsable de la gravedad de la pandemia en Iquitos. La mayoría de la gente trabaja de manera informal en los grandes mercados de la ciudad. Cada día tuvieron que encontrar el dinero para alimentar a sus familias, por lo que no tuvieron más remedio que romper con la estricta cuarentena impuesta por el gobierno central, y acabaron por llevar el virus de regreso a sus hogares sobrepoblados.
Pero la principal causa del exceso de muertes fue la escasez crónica de oxígeno médico. Décadas de privatización y austeridad habían diezmado el sistema de salud peruano antes de la pandemia. Y, como es de conocimiento, el reducido presupuesto asignado para la salud local ya había sido saqueado repetidamente por el gobierno regional de Loreto, infiltrado por mafias involucradas en la minería ilegal de oro, la tala ilegal y el narcotráfico.
Cuando el COVID-19 llegó a Iquitos en marzo de 2020, el principal hospital de la ciudad solo contaba con siete camas de cuidados intensivos y una planta de oxígeno defectuosa que no podía satisfacer la enorme demanda. Rápidamente surgió un mercado negro, en el que un solo tanque de oxígeno podía costar 5.000 soles (1.190 libras esterlinas), o más.
El gobierno regional de Loreto, en vez de regular el mercado negro, se convirtió en uno sus principales actores responsables. Según relatos de funcionarios públicos y profesionales médicos con los que hablé, cuando el Ministerio de Salud del gobierno central comenzó a enviar tanques de oxígeno en vuelos diarios desde Lima, muchos de estos tanques fueron robados y revendidos por bandas criminales conectadas con figuras poderosas del gobierno regional, considerado como el gobierno regional más más corrupto del Perú en el 2020.
El mercado negro del oxígeno era el capitalismo en su forma más caníbal. Era un mercado de la vida misma, en el se transferían los ahorros a las mafias a cambio de la posibilidad de sobrevivir. La mayoría empobrecida quedó excluida de este mercado. Miles de personas murieron por casos evitables de la enfermedad. A finales de abril de 2020, la morgue del hospital estaba desbordada y el incinerador municipal se había estropeado. Así que se abrió una fosa común en secreto fuera de la ciudad, a la que se llevaron a los muertos en camiones.

Historias surrealistas
Iquitos fue un caso extremo de la desintegración social que se vivió en todo el mundo durante la pandemia. Para miles de millones de personas, la normalidad de la vida cotidiana fue reemplazada de repente por ciudades vacías, carreteras desiertas y muertes en masa. La situación se describió a menudo como “surrealista” , pero las investigacioes académican han pasado por alto en gran medida esta dimensión surrealista de la pandemia.
Quise abordar este descuido cuando hice mi investigación sobre Iquitos. Para ello, utilicé un método llamado “surrealismo etnográfico” , que da voz a experiencias eliminadas de los relatos académicos estándar, para exponer verdades ocultas sobre el colapso social.
Este enfoque reveló innumerables historias cotidianas en las que la realidad adquirió las cualidades surrealistas de un sueño, como las siguientes experiencias que la gente compartió conmigo sobre el traslado de los cuerpos a la fosa común.
Las únicas personas dispuestas a recoger los cuerpos para transportarlos a la fosa común eran personas sin hogar, adictas al crack, a las que se les pagaba una tarifa diaria, más comida. Éstas fueron contratados por el gobierno regional. Al describirlos, un empleado del gobierno dijo que iban manejando camionetas por la ciudad desierta, comiendo hamburguesas, mientras estaban sentados sobre montones de cadáveres envueltos en bolsas de basura negras. “¡Eso fue surrealista!”, se rió. Luego comenzó a llorar.
Al principio, los cadáveres se conservaban en un frigorífico en las afueras de Iquitos, pero los vecinos bloquearon la carretera con llantas a las que prendieron fuego. Tenían mucho temor de ser contagiados y aseguraban que el frigorífico se había estropeado y que el aire olía a carne en descomposición. Una mujer me dijo que había visto nubes negras que contenían los espíritus de los muertos y que había oído su sufrimiento: “¡Cómo penaban los muertos! Señoras que morían embarazadas penaban y los bebés que morían en las barrigas de sus mamás lloraban”. La fosa se encontraba en la selva, fuera de la vista de la carretera principal. Los testigos describieron un proceso brutal y caótico, en el que las excavadoras agarraban los cadáveres y los arrojaban a la fosa muy toscamente. Según una mujer: “Botaban los muertos como animales”. Un hombre coincidió: “Como animales los botaban por la carretera”

¿Un mito urbano?
En este contexto, la historia del Tío Covid parecía menos descabellada.
Encontré a su hermana en una de las favelas de la ciudad. Ella me dijo que su hermano se había ido de Iquitos y ya no quería hablar del tema. Pero aceptó compartir su propia experiencia conmigo. Después de llevarlo al hospital, esperó en el pasillo. “La gente moría por todos lados como pollos con la peste”, dijo. Observó cómo el personal envolvía los cuerpos de los muertos en plástico negro y “se los llevaban como basura”.
Purificación Chota, hermana de Juan Pablo Vaquero, relata sus experiencias. Video: Relatos en Pandemia, 2023
Tras recibir la noticia de su muerte a la mañana siguiente, pasó todo el día en el hospital intentando averiguar qué había pasado con su cuerpo. Muchas otras personas hacían averiguaciones similares. Finalmente, regresó a casa esa misma tarde, sin que le dijeran dónde estaba.
Dos días después, la pobreza la obligó a volver a trabajar. Se levantó a medianoche para ir a uno de los mercados nocturnos clandestinos que operaban durante la cuarentena. De repente, una vecina gritó que su hermano estaba en la puerta. Abrió y lo encontró allí. Su ropa estaba sucia y apestaba a muerte. Todos estaban aterrorizados y le dijeron que no lo dejara entrar. Pero ella lo llevó adentro y lo bañó. “¿Dónde estabas, hermano?”, le preguntó. “Estaba en la carretera, en un basurero”, respondió él. “Desperté en un monte de basura encima de bastantes bolsas negras.”

Juan Pablo Vaquero y su hermana nunca recibieron una explicación oficial de lo ocurrido. Creen que lo llevaron a una fosa común en las afueras de la ciudad y lo dejaron por muerto. Su historia es objeto de burlas por parte de las élites de la ciudad, quienes tuvieron acceso al oxígeno del mercado negro y cuyos familiares no fueron enterrados en secreto en una fosa común. Pero el Tío Covid todavía es celebrado en los barrios pobres de Iquitos, donde ha llegado a simbolizar la supervivencia rebelde de los pobres, negándose a ser derrotados por un sistema capitalista caníbal que comercia con el aire que respiran y los reduce a basura. Su resiliencia es la verdad más profunda, que se evidencia en su historia surrealista. En palabras de un habitante de un barrio marginal: “Había un hombre que dijeron que había muerto de COVID. Cavaron un hoyo para botar los cuerpos y lo dejaron allí. Pero el hombre resucitó. Salió cubierto de gusanos y regresó con su familia”.
Lecciones para la policrisis
La historia de la pandemia en Iquitos también captura una verdad más amplia sobre nuestra época de “policrisis”, en la que el mundo está atrapado por problemas económicos, sociales, políticos y ambientales muy agudos que sólo prometen empeorar.
A medida que la primera ola se acercaba a su fin, en Iquitos empezó a surgir un consenso en que la realidad que había revelado exigía un cambio radical. Según dos sacerdotes católicos: “Esta pandemia saca a relucir todas las tareas que tenemos. En Loreto la descomposición social es terrible. El desgobierno y la corrupción trabajan para la muerte” .

Un consenso similar surgió a nivel mundial, cuando los comentaristas advirtieron que no sería posible un retorno a la normalidad ante la inminente catástrofe planetaria, presagiada por la pandemia, la cual había servido para dar una advertencia urgente.
Pero en Iquitos sigue dominando el mismo sistema capitalista caníbal. Nadie ha sido procesado por los múltiples supuestos casos de corrupción . Y cuando llegó la segunda ola en enero de 2021, todo el ciclo comenzó de nuevo , con el colapso de los hospitales y el resurgimiento del mercado negro de oxígeno.
En todo el mundo, a medida que nos acercamos al quinto aniversario del inicio de la pandemia, parece que hemos aprendido poco de sus lecciones. En el contexto de nuestra policrisis cada vez más profunda, la figura del Tío Covid sigue encarnando el sufrimiento causado por el capitalismo caníbal. Pero la imagen surrealista de un hombre no muerto que se tambalea por una carretera vacía también se asemeja a este sistema perverso: un sistema que no solo mata sino que también se niega a morir . Como el Tío Covid, el capitalismo caníbal se abre paso entre los cadáveres y avanza tropezandóse por la carretera.
Japhy Wilson es un profesor interdisciplinario e investigador en la Bangor University, cuyo trabajo se sitûa en la intersección entre la geografía humana y los estudios del desarollo. Su enfoque está en la ecología política. Ha realizado investigaciones en México, Uganda, Ghana, Ecuador, y el Peru.

This article was republished, with permission from The Conversation.


