Thursday, March 28, 2024
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POPE FRANCIS: NO ROMERO, HE DISTANCED HIMSELF FROM THE POOR

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Jon Sobrino is one of the most prominent Jesuits and liberation theologians of Latin America. A member of a group of distinguished theologians and scholars at the UCA, the Jesuit University in San Salvador, he survived the November 1989 massacre of six of his fellow priests and friends, including the University’s Rector, by military death squads in the closing months of the Salvadorean civil war. In this gentle reflection he expresses some optimism for the new Pope Francis, but emits one stark judgement: Bergoglio is no Romero. Monseñor Romero, Archbishop of San Salvador, stood up for the poor and paid for it with his life, when he was shot at the altar in March 1980 by a death squad directed by Roberto D’Aubuisson..  

“Bergoglio no fue un Romero, se alejó de los pobres durante el genocidio argentino”

Jon SobrinoJon Sobrino, vasco universal y símbolo de la Teología de la Liberación, acostumbra a conmover el corazón. Alejado de boatos y parafernalias vaticanistas, sus opiniones le han valido más de una reprimenda. Hoy, en DEIA, habla por primera vez del nuevo Papa, y lo hace alto y claro
Bilbao. Jon Sobrino (Barcelona 1938) es el quijote de los desheredados, un teólogo que le quita a la vida el papel de regalo para presentarla descarnada. Pero hablar como Sobrino lo hace, con la espiritualidad de su antiimperialismo, irrita a muchos, sobre todo a los inquisidores romanos. En un discurso tremendamente lúcido pero políticamente incorrecto, arremete contra el espectáculo de la elección del nuevo Papa, “era chocante el despliegue de suntuosidad, alejada de la sencillez de Jesús”, dice. Y, sin pelos en la lengua, asegura que “Bergoglio, superior de los jesuitas de Argentina en los años de mayor represión del genocidio cívico militar, tuvo un alejamiento de la Iglesia Popular, comprometida con los pobres. No fue un Romero”, subraya Sobrino. Usted ha tachado la elección como de ‘folclore mediático’. La Plaza de San Pedro estaba abarrotada de gente de todas razas y colores, con banderas variopintas, con rostros expectantes y sonrientes. La fachada del Templo estaba adornada con esmero calculado. Se dejaban ver también personas vestidas con capisayos y acicaladas como no se ven en las calles de la vida real, en campesinos y señoras del mercado. Imperaba el folclore -en inglés, costumbres populares-, aunque en la plaza de San Pedro, las costumbres eran más sofisticadas y acicaladas que las de los pueblos del terruño español y de los cantones de El Salvador, donde yo me encuentro. ¿Eso es malo? No, nada de esto era malo, pero no decía nada importante de quién iba a ser el nuevo Papa, qué alegrías y problemas iba a tener y con qué cruz iba a cargar… Sí era chocante el despliegue de suntuosidad alejada de la sencillez de Jesús. Y se adivinaba una cierta jactancia en los organizadores como diciendo todo está saliendo bien. Cuando esta perfección expresa, además, poderío, la suelo llamar la pastoral de la apoteosis. Pero no todo fue folclórico. No, algo no fue folclórico ya desde el primer día. Hablo de la vestimenta sencilla del Papa, de la pequeña cruz sobre su pecho donde no había oro ni plata ni brillantes, su oración que, inclinándose, pidió al pueblo antes de bendecirles él a ellos. Son signos pequeños pero claros. Ojalá crezcan como signos grandes y que acompañan a su misión. Clara quedó la sencillez y la humildad. La elección de Bergoglio resultó una sorpresa total. Sí, para los no iniciados fue una sorpresa y una gran novedad. El Papa es argentino, el primer pontífice de ese país. Y es jesuita, el primer Papa de esa orden. Ambas cosas pueden ser trivializadas, como ha ocurrido en algunos medios. Por eso hay que entenderlo bien. Messi es argentino, pero no todos los argentinos son estrellas. Jesuita fue Pedro Arrupe, pero -y aquí hablo de cosas más serias- no todos los jesuitas somos como él. Al folclore pertenecen también titulares sin mucho ingenio y con pereza mental como; argentino y jesuita. ¿No tendrán otra cosa que decir? Además los momentos folclóricos y mediáticos duran poco. Triste es mantenerlos, o seguir añadiendo detalles intranscendentes, sin acabar de entrar en el fondo del asunto como el Papa, la Iglesia, Dios y nosotros. De los amos de los medios -y de los espectadores- dependerá que lo folclórico siga siendo lo más socorrido. Estos días, ha hablado con gente que conoce a Bergoglio de cerca. Sí, yo no soy experto en la vida, trabajo, gozos y sufrimientos de Bergoglio. Y para no caer en ninguna irresponsabilidad he procurado conectarme con personas, a las que no citaré, de Argentina, sobre todo, que han tenido contacto directo con él. Espero comprensión por lo limitado de lo que voy a decir, y pido disculpas si cometo algún error. Bergoglio es un jesuita que ha ocupado cargos importantes en la Provincia de Argentina. Ha sido profesor de Teología, superior y provincial. No es difícil hablar de sus tareas externas. Pero de lo más interno solo se puede hablar con delicadeza y, ahora, con respeto y responsabilidad. Muchos compañeros lo han recordado como persona de hondos convencimientos y temperamento, decidido luchador y sin tregua. Si le hacen Papa, limpiará la curia, se ha dicho con humor. ¿Le han resaltado su austeridad? También le recuerdan por su interés desmedido de comunicar a otros sus convicciones sobre la Compañía de Jesús, interés que se podía convertir en posesividad, hasta exigir lealtad hacia su persona. Muchos recuerdan su austeridad de vida, como jesuita, arzobispo y cardenal. Muestra de ello es su vivienda y su proverbial viajar en autobús. Ya obispo, muchos de sus sacerdotes recuerdan su cercanía y cómo se les ofrecía a suplirles en su trabajo parroquial, cuando necesitaban dejar la parroquia para salir a descansar. La austeridad de vida iba acompañada de un real interés por los pobres, indigentes, sindicalistas atropellados, lo que le llevó a defenderlos con firmeza ante los sucesivos gobiernos. Los temas morales le han sido cercanos, y ciertamente el del aborto, lo que le llevó a enfrentarse directamente con el presidente del país. ¿Le han recordado por su opción por los pobres? En todo ello se aprecia una forma suya específica de hacer la opción por los pobres. No así en salir activa y arriesgadamente en su defensa en las épocas de represión de las criminales dictaduras militares. La complicidad de la jerarquía eclesiástica con las dictaduras es conocida. Bergoglio fue superior de los jesuitas de Argentina desde 1973 hasta 1979, en los años de mayor represión del genocidio cívico militar. ¿Habla de complicidad? No parece justo hablar de complicidad, pero sí parece correcto decir que en aquellas circunstancias Bergoglio tuvo un alejamiento de la Iglesia Popular, comprometida con los pobres. No fue un Romero, -célebre por su defensa de los derechos humanos y asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral-. No tengo conocimientos suficientes, y lo digo con temor a equivocarme. Bergoglio no ofrecía la imagen de Monseñor Angelleli, obispo argentino asesinado por los militares en 1976. Muy posiblemente sí ocurría en su corazón, pero no solía aflorar en público el recuerdo vivo de Leónidas Proaño, Monseñor Juan Gerardi, Sergio Méndez… Sin embargo, tiene también otra marcada faceta solidaria. Sí, por otra parte, desde 1998, como arzobispo de Buenos Aires acompañó de diferentes maneras a sectores maltratados de la gran ciudad, y con hechos concretos. Un testigo ocular cuenta que en la misa del primer aniversario de la tragedia de Cromagnon -incendio ocurrido durante un concierto de rock que costó la vida a 200 jóvenes-, Bergoglio se hizo presente y con fuerza exigió justicia para las víctimas. A veces usó lenguaje profético. Denunció los males que trituran la carne del pueblo, y les puso nombre concreto: la trata de personas, el trabajo esclavo, la prostitución, el narcotráfico, y muchos otros. Para algunos, quizás la mayor virtud y la mayor fuerza para llevar adelante su actual ministerio papal es que Bergoglio es un hombre abierto al diálogo con los marginados y desde el dolor. Acompañó con decisión procesos eclesiales en los márgenes de la Iglesia católica, y los procesos que ocurren al borde de la legalidad. Dos ejemplos emblemáticos son la Vicaría de curas villeros de los barrios marginales y su apoyo a los curas que deambulaban sin un ministerio digno. ¿Qué le espera al Papa Francisco? Solo Dios lo sabe. El nuevo Papa habrá pensado bien lo que le puede esperar y lo que él deberá, podrá y querrá hacer. Ahora enumeramos algunas tareas que a nosotros, desde El Salvador, nos parecen importantes, y que pueden ser importantes para todos en la Iglesia. También nosotros debemos llevarlas a cabo, pero el Papa tiene una mayor responsabilidad y, ojalá, tenga más medios. Las tareas coinciden mucho con las que José Ignacio González Faus ha propuesto recientemente. ¿Cuál sería la más urgente? La primera -yo creo que la mayor de las utopías- es hacer realidad la utopía de Juan XXIII: La iglesia es especialmente la Iglesia de los Pobres. No tuvo éxito en el aula del Vaticano II, de modo que unos cuarenta obispos se reunieron fuera del aula, y en las Catacumbas de Santa Domitila firmaron el manifiesto que se ha llamado El Pacto de las Catacumbas. Usted siempre apunta a la falta de sensibilidad de la Iglesia. Por lo que muchos dicen, Bergoglio tiene sensibilidad hacia los pobres. Ojalá tenga lucidez para hacer real la Iglesia de los pobres, y que ésta deje de ser iglesia de abundancia, de burgueses y ricos. No le faltarán enemigos, como no faltaron después de Medellín a muchos jerarcas que sí pusieron a los pobres en el centro de la Iglesia. Los enemigos estaban dentro de curias eclesiásticas, y muy poderosamente en el mundo del dinero y el poder. Estos asesinaron a miles de cristianos y cristianas. Imposible olvidar a Monseñor Romero, mártir latinoamericano. Ojalá el Papa Francisco no se asuste de una iglesia perseguida y mártir, como las de Monseñor Romero y Monseñor Gerardi. Y los canonice o no, ojalá proclame que los mártires, concretándolos también como los mártires por la justicia, es lo mejor que tenemos en la Iglesia. Es lo que la hacen parecida a Jesús de Nazareth. Para ello no es esencial que canonice a Monseñor Romero aunque sería un buen signo. Y si el Papa cae en alguna debilidad humana, sea ésta estar orgulloso de su patria latinoamericana, sufriente y esperanzada, mártir y siempre en trance de resurrección. Y estar orgulloso de toda una generación de obispos: Leonidas Proaño, Helder Camara, Aloysius Lorscheider, Samuel Ruiz… No llegaron a Papas, la mayoría de ellos tampoco a cardenales. Pero de ellos vivimos. ¿Y qué me dice de los problemas que sacuden a la Iglesia y que aparecen en los medios de comunicación? La segunda de las utopías es afrontar la conocida constelación de problemas que esperan solución en el interior de la Iglesia. Por ejemplo, la muy urgente reforma de la curia romana. También es necesario que los miembros de la curia sean preferentemente laicos. Asimismo es importante que Roma deje a las iglesias locales la elección de sus pastores. Que desaparezcan del entorno papal todos los símbolos de poder y de dignidad mundana, y ciertamente que el sucesor de Pedro deje de ser jefe de Estado, porque eso avergonzaría a Jesús. Hace falta que toda la Iglesia sienta como ofensa a Dios la actual separación de las iglesias cristianas. Hay que pedir al Papa de Roma que solucione la situación de los católicos que fallaron en su primer matrimonio y han encontrado estabilidad en una segunda unión. Y, por supuesto, que repiense el celibato ministerial. Usted tampoco abandona otras reivindicaciones ya clásicas. Sí tengo otras tres cuestiones. Por un lado, que de una vez por todas arreglemos la situación insostenible de la mujer en la Iglesia. También que dejemos de minusvalorar, a veces menospreciar, al mundo indígena, a los mapuches de América del Sur y a todos los que el Papa irá conociendo en sus viajes por África, Asia y América Latina. Y por supuesto que aprendamos a amar a la madre tierra. Todo ello con un compromiso en firme que tiene que ver mucho con lo sucedido estos días. Sí, el compromiso debería ser que el nuevo Papa en el balcón de San Pedro y los millones de personas en la plaza no debieran convertirse en un gran actor, el Papa, y en meros espectadores taquilleros, los fieles.
 

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