LAS ELECCIONES DEL 7-O DE 2012 EN VENEZUELA. ¿CUÁNTA INEQUIDAD PERMITE LA DEMOCRACIA?
El 7 de octubre de 2012 Hugo Chávez Frías ganó el derecho a un tercer mandato de seis años. Con su triunfo electoral se legitimó también su propuesta de un nuevo modelo de Estado, el Estado Comunal, como parte de su denominado “socialismo del siglo XXI”. El presidente-candidato triunfó sobre su contendiente Henrique Capriles Radonski, respaldado por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), con un total de 8.185.120 votos, que representaron el 55,01% de los votos válidos. Capriles recogió el 44,31% de las preferencias, con 6.583.426 votos. Una diferencia de casi 11 puntos entre ambos, bastante menor a los resultados de 2006 cuando entre Chávez y su opositor la brecha fue de 26%. Los electores, al igual que en 2006, votaron de manera extremadamente polarizada, los otros cuatro candidatos representaron menos del 1% de los votos válidos. En general, fue una contienda electoral en la que el principio de la equidad no fue garantizado por las instituciones responsables de ello, ni respetado por los actores en competencia. Sin embargo, se cumplió con el derecho a la pulcritud y trasparencia en los resultados y, con el secreto del voto y la voluntad de los electores. Este proceso electoral puso de manifiesto un conjunto de rasgos que venían evidenciándose en eventos anteriores, pero que dados su nitidez y crudeza esta vez pueden señalarse como constitutivos del modelo de democracia emergente en el país, que lo distancian del modelo clásico liberal. El uso de recursos públicos como transportes, locales, medios de comunicación, fondos, por parte del candidato-presidente fueron visibles, abundantes y frecuentes. También se exacerbaron en la campaña del Presidente las relaciones paternalistas y clientelares con una parte de la población. En un contexto de bonanza fiscal por los elevados precios del petróleo, el reparto de bienes a través de misiones, especialmente las llamadas “grandes misiones” impulsadas desde 2011, fueron centrales a la campaña del candidato-presidente. Esta forma de hacer campaña hizo que el desbalance entre los candidatos fuese notable, aunque su influencia en los resultados finales resulta difícil de evaluar. La notoria inequidad en el proceso electoral pareció ser aceptada por la sociedad en su conjunto, si nos atenemos a la masiva participación en la jornada electoral – alcanzó el 80,52%- y al reconocimiento pleno de sus resultados. Los procesos de transformaciones políticas que ocurren hoy en América Latina, sin duda, desafían postulados de la democracia clásica porque en casos como la experiencia venezolana, considerada dentro de los ensayos “refundacionales”, se suele privilegiar el principio de igualdad sobre principios como la independencia de los poderes públicos, o la garantía de ciertas libertades civiles y políticas. Un debate serio y sistemático sobre qué es democracia hoy en la región es urgente, para conceptualizar unos requerimientos mínimos que nos permitan diferenciar políticas democráticas de las que no lo son. Y establecer cuándo las propuestas de transformaciones apuntan hacia el desarrollo de ciudadanías no sólo más amplias que en el pasado siglo, sino más plenas. Ciertos desarrollos como este proceso electoral revelan más debilidades que aciertos en el camino hacia una democracia más vigorosa.The electoral process revealed a series of features visible in previous events but which now, in sharper and cruder form, can be seen as key characteristics of the model of democracy emerging in Venezuela and which distance it from the classical liberal model. The use of public assets such as transport, premises, media and money by the President-candidate was visible, abundant and frequent. The President’s campaign also took clientelist and paternalistic relationships with part of the population to a new level. In a context of overflowing public coffers created by high oil prices, the distribution of goods through ‘missions’, especially the so-called ‘great missions’ promoted since 2011, were central to the President-candidate’s campaign. This way of campaigning produced a striking imbalance between the two candidates, though its influence on the final results is difficult to assess. The blatant inequity in the electoral process appeared to be accepted by the population as a whole, if we are to judge by the massive turnout on election day – a figure of 80.52% – and the complete acceptance of the results. The processes of political transformation occurring today in Latin America obviously challenge the postulates of classical democracy because in cases such as the Venezuelan experience, regarded as one of the attempts at ‘refounding’ democracy, the principle of equality is given priority over principles such as the independence of the public powers or guarantees for certain civil and political freedoms. A serious and systematic debate about what democracy means today in the region is urgently required to define some minimum requirements for differentiating between systems that are democratic and those that are not. We also need to establish when proposals for change lead to the development of a form of citizenship not only more broadly based than in the last century, but also deeper. Some developments such as this electoral process reveal more weaknesses than strengths on the road to a more vigorous democracy. Margarita López Maya, Historian, PhD in Social Sciences, Universidad Central de Venezuela. Luis E. Lander, Engineer, Director of Observatorio Electoral Venezolano.